Raúl Alfonsín: Una Argentina soberana

miércoles, 31 de marzo de 2010

Por César Arrondo *

Se cumple un año, y quienes seguimos la política argentina a diario, con el simple motivo de aprender, comparar, comprender e historiar, ya no nos quedan dudas, de cuánto se siente la ausencia.

La política argentina es así, expulsa, ningunea, menosprecia a quienes constituyen un peligro, ósea, a los que estudian los problemas del país, los que ven lejos, los que se salen de la media. En tal sentido, Raúl Ricardo Alfonsín, durante su mandato como Presidente, sufrió todo tipo de descalificaciones, proviniendo estas, de diversos sectores políticos y de los personeros de los intereses financieros, económicos e ideológicos del privilegio.

¿Será esta una carrera de igualar para abajo?, ¿de uniformar las maneras de hacer política?, donde la imagen vale más que el conocimiento, y el ansia de poder desmedido, prevalece por sobre los intereses de la ciudadanía, ¿será esta la nueva política de la que tanto se habla? Mientras esto ocurre en el país, la figura de Raúl Ricardo Alfonsín se enaltece, día tras día, porque la gente valora el compromiso permanente que tuvo con su país, su liderazgo proyectado a América y el mundo. Y eso nos llena de orgullo, a quienes nos sentimos representados, por alguien, al quién consideramos un estadista, sinónimo de República y Soberanía Nacional.

Nunca olvidaremos esos momentos que nos permitieron ser dignos ciudadanos argentinos, y tal vez, el discurso pronunciado en la Casa Blanca, en el mes de marzo de 1985, constituye el mejor homenaje para él y para que volvamos a pensar un país, donde el conocimiento de los problemas y potencialidades del país y del mundo, y el compromiso con la República, vuelvan a ser puestas en valor, tanto para gobernantes y gobernados. De mientras, mientras ello no ocurra, no nos queda más que reiterar: cuánto se siente la ausencia.


* Docente de la Universidad Nacional de La Plata

PALABRAS DEL SEÑOR PRESIDENTE DE LA NACION, DOCTOR RAUL RICARDO ALFONSIN, EN LA CASA BLANCA, WASHINGTON, EL DIA 19 DE MARZO DE 1985.-

Señor Presidente

Deseo empezar mis palabras agradeciendo muy sinceramente la cálida recepción que hace usted al presidente de los argentinos y su comitiva.

Es realmente importante, usted lo ha señalado, que esta entrevista que vamos a realizar se dé precisamente en circunstancias donde una verdadera ola de democratización avanza sobre América latina. Esa es nuestra esperanza, señor presidente, que los pueblos de América latina gocen de de las libertades, prerrogativas, del respeto a los derechos esenciales que, desde siempre, goza el pueblo de los Estados Unidos.

Eso fue lo que quisieron, por otra parte, nuestros padres fundadores, los de los Estado Unidos y los de Argentina. Por eso lucharon los hombres que nos dieron la independencia, desde Washington al norte y San Martín en el sur.

Por eso también ha señalado acertadamente, señor presidente, la necesidad de acompañar estos procesos de la democracia con realizaciones tangibles en el campo económico, que le permitan a las democracias nuevas dar respuestas cabales a los requerimientos de las democracias sociales.

Es por eso, que al lado de la esperanza está el temor de América latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en los pueblos.

Que las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50.000 millones de dólares y en América latina en su conjunto está en alrededor de 400.000 millones de dólares, y esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia.

Esta es sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalando, la filosofía de la democracia, la libertadla libertad y el estado de derecho que nos iguala.

Pero el hombre, señor presidente, para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre, no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna. Por eso es que en toda América latina estamos dispuestos a gobernar con la austeridad que demanda la hora y hacer los ajustes necesarios para superar los escollos de la economía.

Pero no podemos hacer que los ajustes recaigan sobre los que menos tienen.
Es distinto el problema de los países desarrollados, donde los sectores del trabajo reciben más del 50 por ciento del ingreso nacional; en nuestros países no llegan al 40 por ciento.

Pretender que nuestros pueblos, en esos sectores, un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlo a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria.

La consecuencia inmediata sería que los demagogos de siempre buscaran en la fuerza de las armas satisfacciones que la democracia no ha podido dar.

Es por eso, señor presidente, que para mí ha sido muy importante escuchar sus palabras de bienvenida donde manifiesta la compresión cabal de nuestros problemas.

Estoy persuadido que no puede ser de otra manera. Estoy convencido que Estados Unidos, por otra parte, comprenden que la seguridad del hemisferio está íntimamente vinculada al desarrollo de la democracia en nuestro continente, y es por ello que abrigo las más grandes esperanzas acerca del diálogo que vamos a mantener.

Vamos a hablar del presente y del futuro. Vamos a hablar dos presidentes elegidos por la voluntad de nuestros pueblos. Vamos a tocar sin duda, los temas bilaterales y también los que hacen a nuestro continente en su conjunto y no estará ajeno a nuestro diálogo el tema de Centroamérica o Nicaragua.

Estoy convencido que a través del diálogo se podrán encontrar formulas de paz, que sobre la base del respeto al principio que hace al derecho consuetudinario americano d e la no- intervención, nos den la posibilidad de lograr un triunfo en las ideas de la democracia y el pluralismo de la democracia, sin injerencias extra continentales y afirmando desde luego, al libertad del hombre.

Vamos a conversar sobre estos temas, señor presidente, y lo haremos, como dije, dos hombres elegidos por nuestros pueblos, será en definitiva, entonces un dialogo entre ambos pueblos.

Trataremos de llegar a soluciones por ellos, trabajaremos para ellos, y procuraremos construir el futuro que nuestros pueblos se merecen.


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