Las eternas heridas del silencio impuesto

lunes, 19 de abril de 2010

Las secuelas que dejó el accionar de la última dictadura militar se advierten en innumerables reveses de la vida cotidiana. Sin dudas, el recuerdo, la memoria y el símbolo del sufrimiento y de la lucha emergen de aquellos pañuelos blancos de las Madres, incansables perseguidoras de la verdad y la justicia. Sin embargo, para mantener vivo el recuerdo no alcanza con la memoria. Al menos no en este caso.

Para mantener presentes los hechos violentos de aquellos años no alcanza con ejercitar dicha memoria; hay que hacer un esfuerzo por conocer los hechos de aquel oscuro pasado mantenido oculto al calor de la opresión de la palabra. Las secuelas del silencio impuesto. El lunes pasado, en el edificio de la ex Amia, en pleno centro platense, comenzó el juicio a catorce ex penitenciarios de la Unidad Nº 9 (también platense) por delitos de lesa humanidad. Qué sabe la sociedad platense de estos personajes, la mayoría de los cuales tiene domicilio en la capital bonaerense.

Diagonales recorrió algunos de esos barrios y fue en busca de los vecinos de los imputados para conocer su opinión. El desconocimiento y la indiferencia fueron el denominador común en los comentarios del vecindario. “No lo conozco”. “Hace mucho que no lo veo”. “Un tipo normal”. “¿Imputado? Por qué”. “¿De qué lo acusan?”. “No sabía nada”. La mayoría no está enterada del juicio oral considerado histórico, donde se juzga el accionar del Servicio Penitenciario Bonaerense en la dictadura. La mayoría no sabe quién es su vecino a pesar de haber convivido por años con él. Más que una forma del olvido, fiel reflejo de las graves consecuencias de silencio impuesto.

Recorrida. En Los Hornos tienen sus viviendas varios de los sospechosos. En el radio comprendido entre las calles 60 y 81 y 133 a 139 viven Héctor “Oso” Acuña, Elbio Cosso, Víctor Ríos y Valentín Romero. Los vecinos lindantes no le conocen la cara a Acuña. Incluso muchos aseguran que en el domicilio que figura en la causa vive otra familia. Similares respuestas se obtuvieron respecto de Valentín Romero, mientras que a Cosso “hace mucho tiempo que no se lo ve por el barrio”, explicó un parroquiano de paso en la bicicletería ubicada justo frente al domicilio del acusado.

A Ríos parece no conocerlo nadie y los habitantes de la cuadra no tienen ni idea del juicio en el que aparece como imputado.

Un párrafo aparte merecen los gestos faciales de los entrevistados al explicárseles que el vecino de toda la vida está acusado de delitos como tormentos, torturas y homicidios de presos políticos. “No sabía nada”. “Nunca lo imaginé”. “¿En serio?”. Son algunos de los comentarios de los vecinos. Otros, los menos, sabían “algo” de la situación por que lo habían leído “en el diario”.

Abel Dupuy, quien era jefe del penal de 76 entre 9 y 11, y Ramón “Manchado” Fernández, tienen domicilio a pocas cuadras de distancia. No están tan cerca como cuando eran penitenciarios en servicio pero los unen varias imputaciones por torturas y tormentos.

En el barrio de Dupuy lo califican como “un buen tipo” y “gran vecino”. Durante la recorrida una jubilada advirtió que la hija vive cerca. Al siguiente timbrazo sale María Irma Dupuy, quien agradece “la oportunidad para limpiar el nombre de mi padre”, dice.

Del “Manchado” Fernández los habitantes de 70 entre 22 y 23 no tienen noticias. “Hace ratazo que no se lo ve, como cuatro años o más”, cuentan dos hombres en la puerta de una cochera. El resto de la cuadra no lo conoce.

En Altos de San Lorenzo tiene domicilio Segundo Basualdo. Algunos vecinos dicen saber que en esa casa vive “una familia de apellido Basualdo”. Pero de los delitos que le imputan a Segundo, nada. Algunos preguntan de qué lo acusan. Al conocer los cargos, siguen impávidos, como si pasara un tren a horario.

Un panorama similar ocurre en San Carlos, patria chica de Jorge Luis Peratta, otro de los presuntos dueños de la muerte sentados en el banquillo de los acusados en el juicio que se lleva a cabo en la ex Amia.

Pero no sólo hay carceleros apuntados. También hay médicos. Uno de ellos es Enrique Leandro Corsi, con domicilio en el coqueto barrio de La Loma. En el barrio no lo ven a él, pero sí a su esposa, “que hace las compras en el mercadito de 39 y 26”.

El perfil del médico procesado por omisión de evitar la aplicación de torturas es el de una persona “normal” cultor del “bajo perfil”, según vecinos consultados.

El final del recorrido fue en Melchor Romero donde vive Raúl Aníbal Rebaynera, quien es conocido en el barrio y en la jerga tumbera como “El Loco”. Afincado en la zona desde hace más de veinte años, solía jugar al fútbol en los potreros del lugar. “Hace rato que no lo vemos al Loco, es un buen tipo, yo jugaba a la pelota con él”, asegura Agustín.


Fuente: Diagonales - Por Martín Soler

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