Ley de autoprotección o cómo se puede y se quiere morir

miércoles, 28 de julio de 2010

Por Iván Budassi*

James Bond corre entre las balas junto a una jovencísima Jane Seymour, en la película “Vivir y dejar morir”. De fondo, suena el tema “Live and Let Die”; la versión de “Wings” de Paul y Linda Mc Cartney. Son los años 70, y a pesar de su vida llena de peligros y amenazas, es poco probable que Bond, James Bond, o que el propio Roger Moore, se hubieran detenido a pensar a qué tipo de tratamientos se someterían o no, en caso de padecer una enfermedad grave.

En este siglo 21, las cosas son distintas (aunque la saga Bond continúe). Los ciudadanos toman conciencia de la inevitabilidad de la muerte y muchos quieren tener dominio sobre los tratamientos que pueden hacerle si pierde la conciencia.

La legislatura bonaerense sancionó este mes una ley llamada, eufemísticamente, de ”Registro de Actos de Autoprotección”. Por la nueva norma se agregan algunos artículos a la ley que regula la actividad de los escribanos, permitiendo el registro de determinados actos.

Hasta el momento, no existía un aval formal a la práctica por las que algunas personas dejaban constancia sobre lo que ahora se llama eufemísticamente “acto de autoprotección”. La definición de la Real Academia se adecua perfecto a nuestro caso. Dice que un eufemismo es una “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.” Y la verdad es que los legisladores han suavizado la dura realidad de pensar en cómo queremos que nos traten cuando estamos cerca de la muerte.

Lo medular de la ley está en el nuevo artículo 184 bis agregado a la Ley Notarial: El Colegio llevará el Registro de Actos de Autoprotección, en el que se tomará razón de las escrituras públicas que dispongan, estipulen o revoquen decisiones tomadas por el otorgante para la eventual imposibilidad, transitoria o definitiva de tomarlas por sí, cualquiera fuere la causa que motivare esa imposibilidad.

Una de las cuestiones más clásicas que en la práctica profesional me puso frente a este dilema fue la de los Testigos de Jehová: querían dejar en claro que sus principios religiosos les impedían recibir transfusiones de sangre, y que en la eventualidad de no estar concientes incluso prefieren morir a ser recibir una transfusión. Algunos de ellos me pidieron asesoramiento sobre cómo asegurarse de que su deseo se cumpla y, lo único que uno podía aconsejar, aunque no hubiera una definición legal demasiado clara al respecto, era que dejaran constancia ante escribano de esa voluntad. Ahora, la ley provincial otorga una mayor garantía a estas personas, que dispondrán de un registro en donde dejar asentada su posición frente a este tipo de cuestiones.

Otra situación dramática que tuve que afrontar como abogado fue la de una persona que padecía una enfermedad incurable (y dolorosa), que quería dejar constancia de que, en determinado momento, no prolonguen su vida utilizando lo que en la literatura especializada se conoce como el “encarnizamiento terapéutico”. Es decir, la actitud del médico que, ante la certeza moral que le dan sus conocimientos de que las curas o los remedios de cualquier naturaleza ya no proporcionan beneficio al enfermo y sólo sirven para prolongar su agonía, decide continuar el tratamiento y no deja que la naturaleza siga su curso. Esta actitud es consecuencia de un exceso de celo, derivado del deseo de los médicos y los profesionales de la salud en general de tratar de evitar la muerte a toda costa, sin renunciar a ningún medio, ordinario o extraordinario, proporcionado o no, aunque eso pueda hacer más penosa la situación del moribundo.

Con esta ley, aquellas personas previsoras podrán dejar asentado fehacientemente su posición ante determinados tratamientos o enfermedades, para que los familiares y profesionales de la salud actúen en consecuencia.

Como se ve, el límite entre hasta cuando luchar por salvar al paciente, hasta cuando hacerlo vivir, y cuando dejarlo morir, es absolutamente indefinido y difícil. Nuestra legislación no avala la eutanasia, es decir la acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él. Pero reitero, las fronteras en algunos puntos se hacen muy borrosas. Algunos recordaremos el célebre caso de Karen Ann Quinlan. Sus padres querían interrumpir los tratamientos a su hija en coma.

Los jueces argentinos ya han tenido múltiples oportunidades de expedirse en todos estos temas. Les dejo como ejemplo el artículo “Atrapados en la delgada línea entre la vida y la muerte”, de la abogada bahiense María Victoria Pellegrini, en la que analiza un fallo de la corte provincial por el que se autoriza a dejar los tratamientos para mantener con vida a una joven postrada en estado vegetativo, y repasa el estado de la cuestión en el derecho argentino y comparado. Encontrarán también el texto de la Ley 26.529 (sancionada en octubre de 2009) sobre los derechos de los pacientes, y un fallo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos del año 2002 sobre Eutanasia.

James Bond, bronceado, saludable, atlético y rodeado de chicas lindas, decidía pistola en mano cuando dejar vivir y morir a sus archienemigos. Para nosotros, en las circunstancias menos glamorosas que nos presenta la vida real, las decisiones son mucho pero mucho más complejas.

*Iván Budassi - Diputado Provincial FpV

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