Militancia, Facebook y Contrapoder

domingo, 11 de abril de 2010

Por Alfredo Silletta *

En julio del año pasado, en este mismo espacio escribí una nota titulada Militancia y Facebook donde relataba el fenómeno de las redes sociales en las elecciones legislativas y la gran participación de militantes peronistas que puteaban, lloraban y se quejaban porque habían perdido las elecciones del 28 de junio. Entonces decía que no alcanzaba con opinar en Facebook para cambiar el país, que era necesario volver a la política activa, a recuperar la mística, a embarrarse y regresar a los locales partidarios, engranaje central de la organización militante y la solidaridad durante décadas. Terminaba aquel artículo señalando que si cada uno de los miles de compañeros y militantes del campo popular que circulaban por las redes sociales dedicaran algunas horas semanales a reunirse y militar por el otro, la historia cambiaría más rápidamente.

Casi un año después, se observan cambios importantes en la participación de los militantes a través de las redes sociales. A mediados del mes pasado, desde el programa 6, 7, 8, que se emite por Canal 7 y que en Facebook cuenta con más de 123.000 fans, se convocó a una marcha antidestituyente a Plaza de Mayo. Esa noche se juntaron más de 15.000 personas sin que atrás de ellos hubiera partidos políticos, sindicatos o, como bromeaban los presentes “choripanes gratis”.

El domingo de la semana pasada, luego del éxito de la convocatoria a Plaza de Mayo, los seguidores del programa televisivo y militantes o simpatizantes del proyecto político que se puso en marcha en mayo de 2003 decidieron convocarse en distintas plazas del país para una “mateada nacional y popular”. El resultado fue sorprenderte. Familias, chicos, jóvenes y adultos se reunieron para compartir una merienda y hablar de política. En casi todas las provincias se produjo el fenómeno. La mayoría intercambió celulares, mail y direcciones.

El próximo viernes 9 de abril habrá una convocatoria en el Obelisco para defender la aplicación de la Ley de Medios. Seguramente también será numerosa.

No repetir la historia. El voto bronca de las elecciones de octubre de 2001, las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre, el corralito de los depósitos bancarios y la obligada bancarización que terminó rompiendo la cadena de pagos, provocaron la salida a la calle de la clase media porteña. Hicieron sonar sus cacerolas. Primero, en la puerta de sus casas; luego, en los cruces de avenidas, y, finalmente, se desplazaron hacia la Plaza de Mayo. El gobierno de la Alianza cayó solo y algunos creyeron ver en la consigna “que se vayan todos” el inicio de un proceso revolucionario.

Durante los primeros meses de 2002, miles de ciudadanos, en su mayoría de clase media, se autoconvocaron en las plazas de los barrios y comenzaron a debatir a partir de esa consigna. La asamblea fue adoptada como forma de discusión directa para resolver todos los problemas y como oposición a los partidos políticos tradicionales.

Para un importante sector social, las asambleas barriales resultaron “la acción directa de las masas autoconvocadas (de los explotados, de los oprimidos, de los excluidos) en un acto de auténtica recuperación de la política, de recuperación del poder propio, de esa autonomía durante décadas expropiada por los partidos y las instituciones del sistema, logró tumbar al gobierno”, como señaló Eduardo Lucita en La rebelión popular en Argentina.

Pero, para otros sectores de la sociedad, las asambleas barriales no generaron mucha expectativa. Quienes criticaban el cacerolazo suponían que el único motivo por el cual la clase media argentina salía a la calle y se mostraba solidaria era porque les habían tocado el bolsillo, y los sindicaban como el mismo sector que “dejó hacer a los militares de la dictadura, aplaudieron a Menem y votaron por la Alianza”.

El surgimiento de las asambleas barriales, sin la participación de partidos políticos, sindicatos u otras organizaciones institucionalizadas, produjo una mirada atenta del mundo hacia la Argentina, especialmente de un movimiento global que había surgido en la década del ‘90 como alternativa frente al capitalismo desde la “no toma” del poder.

Este movimiento, llamado “contrapoder”, nació a partir de la pluma de varios teóricos europeos, convencidos del fracaso de las teorías revolucionarias, de los partidos políticos o de los nacionalismos del tercer mundo que no llegaron transformar una sociedad desigual. El fracaso –argumentaban- radicó en querer obtener el poder para producir cambios desde arriba, cuando en realidad se producirían individualmente.

Los dos escribas más importantes de este movimiento fueron John Holloway y Antonio Negri. El primero, un escocés que se instaló a vivir en Chiapas, México, luego del surgimiento de los zapatistas, ha publicado varios ensayos, especialmente su conocido Doce Tesis sobre el Anti-poder. El otro es un filósofo italiano, Antonio Negri, que en los años de las Brigadas Rojas lideraba el grupo Autonomía Obrera, por el cual debió exiliarse en París, condenado por la Justicia italiana. Finalmente regresó a su tierra en 1997, pero con prisión domiciliaria hasta que fue liberado a principios de 2003. Es coautor, junto al norteamericano Michael Hardt, del best seller Imperio.

John Holloway, se preguntaba si era posible una política que no pasara por la política. Y rápidamente se contestaba: “Ya no se trata de dirigir o apoyar las luchas, sino de habitar activamente nuestra situación acompañando una nueva sociabilidad no capitalista como ética práctica del compromiso y materialización del contrapoder”.

En síntesis, los teóricos del contrapoder creyeron ver en estas asambleas barriales su sueño realizado de luchar por el poder sin tomarlo efectivamente. La consigna “que se vayan todos” significaba que se fuera todo lo que tuviera relación con el Estado. Los asambleístas eran, para ellos, un proceso de reelaboración colectiva sobre las nuevas formas de emancipación que ayudaría a deshacerse de todo el peso de los discursos políticos tradiciones para asumir un nuevo lugar de creación radicalizado.

Pero este sueño de horizontalidad del poder, duró poco. Mas alla de la dificultad de mantener una movilización permanente de la ciudadanía, cuando la situación económica comenzó a mejorar muchos abandonaron el barco y las asambleas se convirtieron en un sello de goma, que, finalmente, entró en el olvido.

Volviendo a las movilizaciones que se están produciendo en estos días a través de las redes sociales es importante no repetir la historia. Es fundamental la organización, sino lo que hoy parece fantástico terminará en nada. Perón decía que “la organización vence al tiempo”, y será importante darle forma a este fenómeno de militancia y Facebook, para que la participación no se quede sólo en ir a actos en plazas para alguna reivindicación puntual. Es fundamental que los miles de internautas comiencen a integrarse en los locales partidarios del barrio, en la sociedad de fomento, en las comunidades eclesiales de base, a donde se sientan cómodos o afines: lo fundamental es comenzar a trabajar por el otro, especialmente por el más necesitado. Cuando recuperemos la mística de su militancia, esa mística que quiso abolir para siempre la dictadura, la Argentina será un país más justo y solidario.


* Diario Diagonales

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